Una carpa por hogar: migrantes crean campamentos improvisados en la frontera de México.
En Matamoros, ciudad fronteriza de México, proliferan los asentamientos donde migrantes irregulares pasan sus días bajo carpas y buscando trabajos informales mientras esperan por su oportunidad para llegar a Estados Unidos.
El barrio “La Bolsita”, en Matamoros, México, parece como cualquier otro, con tiendas, barberías y puestos de comida. Pero las casas no son construcciones comunes, sino carpas hechas con trozos de madera y sábanas por migrantes que han llegado al área buscando cruzar la frontera hacia Estados Unidos.
Los migrantes, en su mayoría venezolanos, cubanos y haitianos, han creado comunidades de este tipo en las ciudades fronterizas de México donde el “rebusque” de trabajo es la realidad de cada día.
“Hay que sobrevivir, trabajar para comer. Es algo fuerte, como una pesadilla porque estamos viviendo en condiciones que de verdad no son humanas, no hay baños, no hay agua”, dijo Marian Dayana Zambrano, una venezolana que lleva cinco meses esperando para cruzar a EEUU.
Estas condiciones no son mejores para los niños que son llevados con sus familias hasta la frontera, dijo una niña venezolana de siete años. La Voz de América no reveló la identidad real de la menor por encontrarse en situación de vulnerabilidad.
“También es difícil para nosotros. Pero al menos tenemos algo para dormir, tenemos para comer, tenemos trabajos”, dijo.
“Ellos [en EEUU] piensan que aquí la estamos pasando bien, y no, aquí estamos trabajando para comer y también tenemos que construir las cocinas”, agregó la niña.
Los migrantes acuden a trabajos como cortar pelo, vender comida o vender dulces para adquirir dinero para tratar de cubrir sus necesidades básicas.
Luis Durán llegó a México hace dos meses y estableció su propia tienda de caramelos llamada ‘Sanki Panki’ en el barrio “La Bolsita”, para tener ingresos.
Durán y la mayoría de los residentes en estos campamentos se mantienen a la espera de fijar una entrevista de solicitud de asilo con autoridades migratorias de EEUU a través de la aplicación CBP One.
“A ese lado se llama Barrio Escondido, porque queda lejos y hay poquitos ranchos”, explicó Durán sobre el campamento. Ya aquí este barrio es La Bolsita, porque son muchas urbanizaciones, estamos cerca. Ya tenemos una tiendita, la confitería, los caramelitos y las cositas para los niños”, expresó.
Otros migrantes venden comida típica de sus países. Un venezolano que pidió no revelar su nombre vende arepas con huevo, pollo o queso por 50 pesos mexicanos, “para sobrevivir hasta que nos llamen de la cita”, dijo. Está en el campamento con sus cuatro hijos y esposa. Lleva más de un mes en México.
Los residentes de Matamoros tienen opiniones encontradas sobre la presencia de los migrantes en los campamentos improvisados.
“No estamos acostumbrados a ver este tipo de personas”, apuntó Acenet Márquez, quien vive en la ciudad. “Son diferentes, pero creo que tienen oportunidad (de llegar a EEUU) y si se les da, pues qué bueno”.
Datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) que cubre el sector del Río Grande al sureste de Texas revelan que la patrulla fronteriza ha detenido a 26.609 migrantes cubanos, nicaragüenses, haitianos y venezolanos que intentaron cruzar ilegalmente a EEUU en los primeros cuatro meses del año fiscal 2023.
Apoyos y desafíos
La afluencia de migrantes en los últimos tiempos ha significado un desafío para residentes y autoridades locales. En noviembre del 2022, por ejemplo, cientos de migrantes haitianos y venezolanos fueron desalojados de un campamento en Matamoros en operativo del gobierno y la fuerza pública.
El responsable de Seguridad Pública de Matamoros, Jorge Arizaga, dijo entonces a medios que el operativo buscó “evitar desmanes” después de que “detectaron delitos desde la venta de alcohol y hasta prostitución”.
Entre la ciudadanía y activistas locales los sentimientos son encontrados. Unos apoyan a los migrantes y otros se muestran contrarios a la existencia de estos campamentos.
“Ellos salen de su país porque hay necesidad”, dijo un residente de Matamoros que llegó hasta el campamento de migrantes junto a un grupo de voluntarios para llevar comida a las personas que permanecen allí.
El hombre aseguró que “hay diferentes opiniones, hay quienes lo ven mal. No toda la gente es igual, como en todos los países, en todas las culturas, hay gente buena y hay gente mala. Y dentro de esas personas que pueden ser malas, afectan a otros, y con esos detalles, la comunidad se molesta”.
“Pero no nos alimentamos de eso, tratamos de ser sensibles a la necesidad para poder ayudar en lo que podamos”, dijo.
Fernando Cuevas, mexicano residente de Atlanta, Georgia, fue uno de los voluntarios que llegó hasta el campamento ofreciendo apoyo a los migrantes. Dijo que salió de su país “perdido y sin esperanza” y por eso se relaciona con las personas que hoy esperan cruzar la frontera. “Yo no soy rico, tampoco pobre, pero estoy en un estatus diferente. Eso me sirve para entender lo que ellos necesitan”, agregó.
Los migrantes que, dada las características del viaje irregular hacia México y la forma de vida en los campamentos, ven comprometida la salud, tienen también la asistencia de Médicos Sin Fronteras, una organización médica y humanitaria internacional, también se hace presente en la zona con actividades médicas y psicosociales.
“En cada proyecto en el que estamos, lo que buscamos es reducir las brechas de acceso a la salud. Atendemos situaciones médicas relevantes, como cuestiones gastrointestinales y respiratorias. Aquí los cambios de clima son bastante extremos, de mucho calor o mucho frío, y la gente no viene preparada, no está acostumbrada a este tipo de climas”, dijo Nayeli Flores, empleada de la organización en Reynosa, México.
En esa ciudad fronteriza, otros migrantes se dedican a construir las carpas en las que pasarán la noche las personas que van llegando al área buscando cruzar a EEUU. “Aquí hacemos de todo un poco para las personas que llegan. Hacemos lo humanamente posible para organizarlas en sus carpas, que por lo menos tengan un buen dormir”, dijo Aristides Mendoza.
El venezolano describió que las carpas se construyen para una capacidad de hasta seis personas. Sin embargo, las familias son acomodadas de acuerdo al número de integrantes. “Todo lo hago de corazón. Me satisface lo que hago. Por ahora estoy acá y aquí me mantengo hasta que me toque el turno mío, igual que mis compañeros. Siempre trato de ayudar a las personas lo más que pueda”, concluyó.