La pobreza que rodea la nueva cárcel “de primer mundo” en El Salvador.

TECOLUCA, EL SALVADOR — La leña ardiente ha terminado de cocinar el almuerzo del día. Los niños se lavan las manos con el agua amarillenta de los cántaros. La mesa en la que se sirve la comida es una rueda de madera que antes envolvió el cableado de alto voltaje que cubre una nueva prisión en El Salvador.

Si Dios pudiera concederle un deseo a María Luisa Cruz, ella le pediría energía eléctrica para su casa. O un pozo que le de agua durante el día. Hoy por hoy, a la mujer de 47 años no le preocupa vivir a medio kilómetro del Centro de Confinamiento del Terrorismo, la nueva prisión de máxima seguridad de El Salvador. Aunque si lo piensa dos veces, quisiera vivir en una casa de ladrillo como las que ha visto en San Salvador, la capital del país centroamericano.

“Este Centro de Confinamiento del Terrorismo se ha construido en una zona aislada. Se ha tratado de garantizar que todo el suministro de energía eléctrica y de agua potable sea totalmente independiente para no afectar a las comunidades y a las zonas aledañas”, dijo el ministro de Obras Públicas, Romeo Rodríguez, el 1 de febrero cuando junto al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, inauguraron la prisión.

Pero a medio kilómetro aproximadamente de la megacárcel hay un asentamiento que es todo lo contrario a esa prisión: carece de agua, de energía eléctrica y de una fosa séptica. La tecnología es una palabra desconocida para María Luisa, quien vive ahí, junto a otras familias.

Su casa es una pequeña galera hecha de lámina. Algunas están oxidadas y otras son nuevas porque los habitantes aseguran que las recogieron de los restos de la construcción de la megacarcel. Como ella, varias familias rodean la obra insigne del gobierno de Nayib Bukele: la prisión más grande de América donde serán recluidos al menos 40.000 pandilleros.

“Las láminas que tenemos las fuimos a recoger del penal porque las botaron. Esa vez un ingeniero nos regañó y nos corrió. Al final nos dijo que recogiéramos lo que pudiéramos rápido. Sacamos unas poquitas láminas con las que tapamos ahí”, dijo a la Voz de América, Roxana Karina Molina, habitante de la comunidad “El buen amanecer”.

María Luisa, en cambio, no solo tiene pedazos de lámina nueva en su casa. También una rueda de madera para envolver cables de alto voltaje que le sirve de comedor a ella y a su hija.

Contrario a lo que el gobierno de El Salvador ha dicho sobre el aislamiento del penal, hay varios asentamientos poblacionales cerca del lugar: el cantón “Angulo”, el caserío “Cantarrana” y “El buen amanecer”, que es el más cercano a la prisión.

“Aquí estamos bien pobremente. Sin agua y sin luz. En estos años la vida nos ha sofocado mucho”, agregó María Luisa Cruz.

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